lunes, 15 de julio de 2013

Las puertas de la percepción



Este libro de Pocket Edhasa, totalmente desencuadernado, con más de treinta años en mi biblioteca me recuerda un tiempo en que mi visión coincidía con la que expresaban textos como Roland Barthes, El grado cero de la escritura, Lawrence Durrell, Justine, Carlos Castaneda, Las enseñanzas de don Juan ... Era un tiempo en que creía en el acceso a otro tipo de realidad diferente a la convencional. Había estado en Ibiza al final de mi carrera siguiendo los pasos de grupos de rock místicos y había de viajar a Estados Unidos exclusivamente con dos textos entre los que destacaba el libro de Aldous Huxley, Las puertas de la percepción en que se recrean las experiencias del autor con la mescalina, droga que me entusiasmaba conseguir en algún viaje iniciático al desierto de Sonora, o en Arizona donde se albergaban los descendientes de los primitivos indios yaquis, recipiendarios de aquella prácticas mistéricas en el uso de la droga.  

Aldous Huxley realiza dos años antes de que yo naciera (1954) las experiencias que a mí me hubiera gustado llevar a cabo: trascender la realidad cotidiana y sumergirme en las dimensiones infinitas de la materia real. Todos hemos de vivir en un nivel de realidad aceptable socialmente, un nivel que nos lleva a ser meros títeres de la realidad social impuesta. En ella hemos de ser positivos y optimistas y reconocer que la mierda que comemos es maravillosa, que estamos satisfechos con el nivel de conciencia en que vivimos ya que es el único que tenemos y al que tenemos acceso. Las puertas de la percepción plantean experiencias distintas, experiencias luminosas, experiencias psicodélicas de contemplación de la realidad concreta, incluida un puñado de arena que se ilumina maravillosamente con el fulgor de lo visionario y de la contemplación de la totalidad y lo universal. La música, la literatura, el arte en general, adquieren otros perfiles místicos en la visión promovida por una droga controlada como la mescalina, estado al que no tenemos acceso habitualmente porque la válvula reductora nos constriñe en un nivel de realidad convencional. Pero yo en aquel tiempo aún creía en estos accesos multidimensionales a otros tipos de realidad.

La vida me ha ido llevando a una limitación controlada de los niveles de realidad, y uno tiene la impresión de que la praxis social solo permite una vivencia de la realidad en estado gris, plano y unidimensional. Tal vez la muerte, vivida con serenidad, si nos dejan, permita una reintegración a esos niveles de sueño, de percepción misteriosa de la realidad concreta, de tránsito lumínico de dimensión, a otro estadio menos opaco y menos gris. 

viernes, 12 de julio de 2013

Cincuenta años de "El marino que perdió la gracia del mar".



Se cumplen también cincuenta años de la publicación de El marino que perdió la gracia del mar (1963), que he leído en par de ocasiones. Una en 1989 y otra ahora. Fue un libro que representaba para mí una estética metafísica que me llevaba a identificarme con la visión del samurai que tiene en su mente el joven de trece años Noboru.

Es una novela sangrante que tiene dos partes. Una Verano donde la figura de Ryuji, el marino, se eleva representando el ideal de Noboru como figura fuerte y digna de admiración superlativa para él que se considera un genio en un mundo que está vacío, y necesita de elementos que expresen esa visión y que llenen ese vacío. Y una segunda parte Invierno en que el protagonista regresa, abandona el mar y se promete con la madre de Noboru, Fusako, convirtiéndose en un nuevo padre para el joven.

No quiero desarrollar más el argumento para que guarde la emoción para los potenciales lectores de esta novela que expresa la evolución de Japón tras la derrota de la segunda guerra Mundial que convirtió una sociedad ritual y mítica, dominada por valores heroicos, en una sociedad occidentalizada que fue perdiendo totalmente su esencia y sus códigos para convertirse en una colectividad adocenada y acomodaticia ante la estética y el poder de sus vencedores.

Sin duda, los lectores percibimos la crueldad y la impiedad de Noboru que no acepta la conversión del marino, al que había admirado, en un trabajador de la empresa de su madre y en un padre condescendiente y moderno que no castiga sus graves faltas y que lo lleva a considerarlo pusilánime y cobarde. O algo peor, un traidor. 

Pero Noboru no perdonará, ni comprenderá, ni aceptará, esta domesticación de aquel marino que había idealizado y elevado por encima de un mundo hueco y sin sentido. 

lunes, 8 de julio de 2013

Moby Dick, una persecución simbólica y metafísica.



Cercano al nacimiento de Leopoldo Alas “Clarín” (1852), Hermann Melville publicaba en 1851 una narración titulada Moby Dick que fracasó en su momento pero con el tiempo se ha terminado considerando como una de las obras claves de la literatura norteamericana y poniéndose a la altura de El Quijote en cuanto a que hay una dialéctica moral entre el bien y el mal, representado este último por la ballena blanca.

La historia de Moby Dick tenía antecedentes documentales y Melville, marinero él,  conoció historias sobre ballenas albinas que habían sido perseguidas por ser consideradas asesinas. De esto existen precedentes. Pero de lo que no existían precedentes es de la simbología literaria y metafísica que llega a alcanzar la persecución de la ballena blanca por parte de los marineros del Pequod y en especial de su capitan, Ahab, que había perdido su pierna en lucha con la ballena, y había jurado venganza y perseguirla por los siete mares hasta acabar con ella. En esta lucha se ven implicados los marineros del Pequod y en primera línea Ismael, el protagonista central de la historia, junto al arponero caníbal Queequeg y a una tripulación de múltiples nacionalidades que se ha dicho que representan a la humanidad.

La narración de Melville es escasa pues en el libro de setecientas páginas aproximadamente no son muchas las que recrean la citada persecución, y sí muchas las que desarrollan un tratado de cetalogía que va contrapunteando la narración que se ve continuamente detenida por digresiones teóricas y documentales, y que algunos críticos sostienen que lastran la auténtica narración que ocupa un porcentaje reducido de la novela. Y es cierto que curiosamente la ballena blanca, Moby Dick, aparece en las últimas páginas de la novela suponiendo el final para Ahab y su tripulación que perecen abocados a un descenso al abismo por su persecución fanática de la ballena blanca.

Lo más rico de la novela son sus estratos de interpretación y simbolismo que han dado lugar a centenares de estudios que analizan los niveles significativos bíblicos y metafísicos, políticos, sociales ... Y es que detrás de la persecución de la ballena blanca se ha visto una prefiguración del fascismo en cuanto al seguimiento absoluto de la voluntad de un líder que lleva a su tripulación al desastre y a hundirse junto al capitán, a la vez que un enfrentamiento entre el bien y el mal representado este último tanto por la ballena, fuerza ciega de la naturaleza, o por el mencionado capitán Ahab.

He leído esta novela en un par de ocasiones en ediciones distintas. Mi lectura ha sido intensiva. Recuerdo mañanas y tardes enteras de lectura obsesiva en un bar durante el mes de agosto, que me llevaba a sumergirme en la narración y en sus meandros cetalógicos que para mí no sobran aunque todos queremos que la aventura progrese y aparezca la ballena blanca pero no es así, y asistimos a descripciones de la caza de ballena, a su descuartizamiento para llegar a esa sustancia central de la ballena que es el esperma gris en el que algún marinero introduce sus manos y el lector asiste maravillado a una experiencia metafísica, y entonces es consciente de que todas las digresiones (casi el setenta por ciento de la novela) llevan a que la experiencia sea vital o existencial.  El lector ha de saber esperar, igual que esperaron atónitos, en medio de las tempestades y la calma chicha, los marineros del Pequod siguiendo la voluntad totalitaria del capitán Ahab.

Me he dicho que debo de volver a leer esta novela. Probablemente sea una de las experiencias lectoras más comprometidas, exigentes y maravillosas que he vivido. 

sábado, 6 de julio de 2013

Los hermanos Karamázov, una novela inacabada.



Dostoievski ocupó una parte cenital de mi vida de lector. Fue una década dedicada a la lectura de su obra que me marcó profundamente. Había comenzado con la clásica Crimen y castigo que llegó increíblemente a ser obra de lectura obligatoria en tercero de BUP, con resultados bastante óptimos por el aprovechamiento de la misma. Luego de Crimen y castigo vinieron las demás: El jugador, El idiota, Los demonios, Memorias de la casa muerta, Apuntes del subsuelo y por fin la que para mí destaca por encima de las demás o que se hizo un lugar más destacado en mi conciencia de lector, Los hermanos Karamázov que he leído en un par de ocasiones en veranos infinitos en sesiones de lectura intensiva de diez horas diarias hasta poderla acaba en el espacio de menos de una semana. La acción es tan densa y sus personajes tan poliédricos que creo recomendable una lectura intensiva. No sé si algún día volveré a ella ... Todos los personajes me interesaban y me cautivaban, pero Aliosha (el mismo nombre que el hijo que había perdido en 1878 por el síndrome epiléptico, el mismo que padecía Dostoievski) lograba penetrar hasta lo más profundo de mi corazón. He extraviado mis notas de lectura que tenía en una libreta negra, de modo que no quiero mostrar un mayor conocimiento de la misma que el que tengo realmente ya que hace más de veinte años que la leí por segunda vez.

De todos es sabido que la novela tiene una trama detectivesca (o policiaca) que es la muerte de Fiodor Pavlovich Karamázov, el padre, de la que son sospechosos los hijos Dimitri, Iván y el hijo ilegítimo que es Smerdiakov. Todos tienen motivos para haber asesinado al padre ridículo y oportunista que abandonó a sus hijos desentendiéndose de ellos. No voy a revela quién es el autor de la muerte de Karamázov puesto que en ello reside buena parte del interés de esta primera trama detectivesca. Aliosha, el verdadero héroe de la novela, queda al margen por su carácter pacífico y bondadoso. Es novicio en un monasterio local y tiene como uno de sus ejes al staret Zosima. Es el contrapunto de su hermano Iván ateo convencido y admirado por Smerdiakov.

El juego entre los distintos personajes es apasionante. Es una novela río vertebrada por el diálogo en que entran en contradicción distintas percepciones de la vida, de dios, del bien y del mal. Porque la lectura que se impone en la novela sobre la detectivesca es la filosófico-existencial y también la político-social en las que los personajes tienen total independencia sobre la postura del narrador,  y tendremos ocasión de ir siguiendo sus meandros argumentativos identificándonos o no con lo que dicen dichos personajes.

En Dostoievski, lo más admirable, es que todos los personajes tienen una oportunidad de expresarse y desarrollar su ángulo de visión, de modo que podemos comprenderlos y entenderlos. En Los hermanos Karamazov, tendemos a identicarnos con Aliosha porque es el más puro, pero el desarrollo de los universos personales de Dimitri, de Ivan, de Smerdiakov, del mismo padre Fiodor Pavlovich, o las heroínas de la novela, nos llevan a poder también comprenderlos e identificarnos con sus razones. No hay buenos o malos. Solo hay un juego apasionante de verdades particulares que tienden a la universalidad que juegan y se enfrentan en un espléndido desarrollo novelístico en un planteamiento en que entran en dialéctica el bien y el mal, así como el ser de Rusia.  

Dostoievski falleció pocos meses después de haberla acabado. Parece que iba a ser la primera parte de un proyecto más amplio que incluiría una segunda parte que nos hemos perdido y que hubiera profundizado en el personaje de Aliosha.

Sigmund Freud y Kafka admiraron esta novela y estimaron que era una de las mejores narraciones jamás escritas. 

Que nadie tema enfrentarse a esta novela extensa. Solo hace falta tiempo y pasión lectora. Se podría decir que es un bestseller existencial, de estructura compleja pero asequible, y que puede seguir fascinando a los lectores del siglo XXI.


martes, 2 de julio de 2013

Cincuenta años de la publicación de "Rayuela".



Se cumplen cincuenta años de la publicación de Rayuela (1963), una novela iniciática que leí a mis 22 años y me conmocionó, tanto que la volví a releer en tres o cuatro ocasiones más, cada vez en una edición distinta. Se ha dicho que Rayuela y el mundo cortazariano tuvo, más que lectores, "creyentes", adeptos, seguidores ... y yo fui uno de ellos, que fui detenido por la policía en febrero de 1984 cuando con mis alumnos realizábamos un homenaje al fallecido Cortázar. El mundo de Cortázar, el mundo de Rayuela, era radicalmente rebelde, fragmentario, iconoclasta ... y nosotros, muchos de nosotros, nos sentíamos plenamente representados en ese intento de dinamitar las estructuras narrativas y existenciales de un tiempo que, ingenuos, creíamos bobo y caduco (no sabíamos lo que vendría después).

Me sabía de memoria fragmentos de la novela, escribía e imitaba su estilo, y esperaba a una amante como la Maga que tal vez aparecería por el Pont des Arts entre la niebla en París, tras asistir a una reunión de aquel elitista club de la Serpiente en que Horacio Oliveira hablaba de jazz y de literatura. Rayuela fue todo el sentimiento real y místico de un tiempo joven, de una época en que pretendíamos cambiar el mundo y la novela nos daba los explosivos estéticos para hacerlo. Y no es que Rayuela fuera una novela política, no. No había en ella ninguna reflexión al uso sobre política. No, era un estado de ánimo, que compartíamos saltando de fragmento en fragmento ... degustando un tiempo a caballo entre el existencialismo y la revolución del mayo del 68, en que se intuía que debajo de los adoquines había playa. Sonaban Janis Joplin, los Beatles, los Rollings, Jim Morrison, Simon y Garfunkel... y nosotros afinábamos nuestras guitarras con los acordes de la nueva música sincopada de aquella novela-antinovela que tiene en esos meandros y recorridos infinitos por la ciudad de París y Buenos Aires, un culto a la concepción literaria capaz de transformar el mundo y la realidad, tal como proclamó el surrealismo. Nunca antes se había hecho tan efectiva la unión entre literatura y revolución.

Yo estaba enamorado de la Maga, no podía entender por qué la menospreciaban aquellos pedantes del club de la Serpiente, me atraía su sentimiento maternal y su sensibilidad ... El episodio de la muerte de Rocamadour es uno de los pasajes más escalofriantes que he leído, ante el cinismo de ese personaje que es Horacio Oliveira, cuyo nombre yo utilicé como alter ego en varias ocasiones en mis escritos.

Leí la novela varias veces sin los capítulos prescindibles, y luego la volví a leer con ellos, entrando en ese juego exquisito del azar como mecanismo creador ... No entendí que salieran otras novelas distintas pero era un gozo perderse por el laberinto de espejos de aquel mundo y aquella época que consideré tan radicalmente mía.

Desafortunadamente, tiempo, mucho tiempo después, he intentado regresar al mundo de Rayuela y me ha invadido el desencanto, la frustración, un cierto tedio ... porque sabía que aquellos instantes en los que fue leída las primeras veces no se iban a volver a repetir, yo ya no era el mismo, ni mis expectativas tienen nada que ver con las de aquel joven inquieto y rebelde de poco más de veinte años ... y la época nada tiene que ver con aquellas reflexiones existenciales que tanto nos cautivaban. Ya no somos los mismos, efectivamente, y es difícil comprender para las nuevas generaciones que entren en Rayuela y en general el mundo cortazariano que aquello era un universo compartido en que creíamos que la realidad podía imitar a la literatura, y que todo era posible.

Hablar de Rayuela me causa un cierto pesar, un íntimo dolor ... pero lo cierto es que en cierta manera, encontré a la Maga y estoy con ella compartiendo mi vida, alejándome de esa visión elitista y pedante de aquellos aficionados al jazz y la literatura. Esa es tal vez la última e ineludible realidad que ha quedado de aquel tiempo, de aquel estado de ánimo, de aquella efervescencia, de la que se cumplen ahora cincuenta años, y nos damos cuenta de que también hemos envejecido como aquella novela que marcó nuestra juventud más turbulenta y visionaria.